PLAYA SIN NOMBRE
Hay una playa en Piriapolis, detrás del cerro, que nada tiene que ver con la conocida por todos, la que tiene la hermosa rambla, frente al hotel argentino, donde están los comercios y el movimiento de la ciudad balnearia, esta playa ni siquiera sé si tiene nombre, pero es mi preferida.
Cuando el ocaso del día y el albor de la noche se cruzan en esa playa, inmensa, solitaria, donde el silencio solo es roto por la música singular del mar, en ese justo momento, toda la paz del mundo parece conciliarse y agruparse en sus olas, en sus rocas, en sus árboles y en su arena, y yo transito por ella, segura y pausadamente camino por la playa sin nombre, inundándome en su paz, aspirando su aire como el elixir más preciado por su limpidez y naturalidad y simplemente me olvido de todo y emprendo un viaje casi austral, donde caminando sobre la arena soy capaz de elevarme al cielo sintiendo que vuelo caminando, que estoy flotando sobre la arena, que voy hacia las nubes por la orilla del mar y en mi loca y pacífica aventura puedo encontrarme quizás con un ángel o con Dios mismo, y así sigo mi viaje en la playa sin nombre, la que no tiene publicidad y no tiene gente, la que es el centro de reunión de gaviotas, lobos de mar y hasta alguna ballena perdida de su ruta, la que siendo un rincón de Piriapolis, es simplemente una playa sin nombre y yo la siento tan mía, tanto como si fuese una extensión de mi mundo, de mi cotideanidad, es el rincón donde me encuentro conmigo misma, donde me desprendo de todo, donde mi alma y espíritu quedan libres así como mi cuerpo, se separan en momentos y juguetean libres cada uno en su lugar preferido, alejados de todo, de la ciudad, del mundo, del universo, solo cerca del cielo, todo eso es una aventura, solo posible en una playa, la playa sin nombre...
Sol
Cuando el ocaso del día y el albor de la noche se cruzan en esa playa, inmensa, solitaria, donde el silencio solo es roto por la música singular del mar, en ese justo momento, toda la paz del mundo parece conciliarse y agruparse en sus olas, en sus rocas, en sus árboles y en su arena, y yo transito por ella, segura y pausadamente camino por la playa sin nombre, inundándome en su paz, aspirando su aire como el elixir más preciado por su limpidez y naturalidad y simplemente me olvido de todo y emprendo un viaje casi austral, donde caminando sobre la arena soy capaz de elevarme al cielo sintiendo que vuelo caminando, que estoy flotando sobre la arena, que voy hacia las nubes por la orilla del mar y en mi loca y pacífica aventura puedo encontrarme quizás con un ángel o con Dios mismo, y así sigo mi viaje en la playa sin nombre, la que no tiene publicidad y no tiene gente, la que es el centro de reunión de gaviotas, lobos de mar y hasta alguna ballena perdida de su ruta, la que siendo un rincón de Piriapolis, es simplemente una playa sin nombre y yo la siento tan mía, tanto como si fuese una extensión de mi mundo, de mi cotideanidad, es el rincón donde me encuentro conmigo misma, donde me desprendo de todo, donde mi alma y espíritu quedan libres así como mi cuerpo, se separan en momentos y juguetean libres cada uno en su lugar preferido, alejados de todo, de la ciudad, del mundo, del universo, solo cerca del cielo, todo eso es una aventura, solo posible en una playa, la playa sin nombre...
Sol
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